Llueve. Y mucho. Él, yo, el cielo negro a punto de caerse y el agua mojándonos enteros. Corríamos y jugábamos a quién pisaba más charcos. Iba adelante mío, siempre agarrando mi mano; buscando llegar a no sé dónde. Gané, por supuesto (soy experta en juegos de lluvia). Y él, lejos de eso. Un techo, un escalón... y todas las ganas de refugiarse. Me sentó rápido y respiró aliviado. Lo miro con cara de pocos amigos...
- No podés ser tan aguafiestas. ¿No te encanta esto?
- ¿Vos? Uff.
- No, ¡esto! Mojarte, sentirte vivo... sin paraguas, sin filtros. El cielo, tu cara, tus manos. ¿No?
(Me mira como si estuviera loca. Intento resistirle la mirada, pero caigo nuevamente)
- No me mires así, me ponés nerviosa.
- ¿Por qué? El aire es libre.
- Pero me inhibís, tus ojos me acorralan.
- ¿Sí? les enseñé bien entonces. (Seguía, seguía)
- ¡Ya! basta, de verdad... estoy roja. (Llevándome las manos a la cara)
- Me encanta cuando te ponés roja. (Acercándose a mi cara)
(Nos miramos ¡tan lindo!, no sabría cómo explicárselos)
- Y vos me gustás de todos colores. (Oh, atrevida)
- ¿Cuándo me pongo violeta también?
(No me busques, porque me encontrás).
- ¡Sí!, más que nada cuando te ponés violeta. Es que vos sos de colores. Hasta cuando mi vida era en blanco y negro, resaltabas con tu arcoiris. Puede sonarte cursi, pero es así.
- (Se mordió el labio, puso cara de pícaro). ¡De dónde saliste, por favor!
- De la luna...
- ¿Y yo puedo ser el sol?
- Es que lo sos, ¿no te acordás? Nosotros nos encontramos en eclipse. Y sucede cada vez. Somos vos, yo y nada más. El resto puede apagarse, extinguirse, caerse, lloverse...
- ¿Amarse?
- No sé.
- Te amo.
- Yo más.
4/2/10
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